Colección Castagnino+macro

Alfredo Guido y una épica rural/Adriana Beatriz Armando
Una suma de tiempos muy diversos converge en esta nueva puesta de la pintura de Alfredo Guido –Coro de los labradores (1) – realizada por el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B Castagnino” con motivo de la celebración de sus ochenta años. Se trata de una obra de 1927 que ingresó a través de una donación en 1940, esto es que tiene su
impulso inicial en la década del veinte y en relación con eventos propiciados por la Federación Agraria; que en los años cuarenta, durante la gestión de Hilarión Hernández Larguía como director, adquirió un nuevo contexto de recepción y que hoy, en 2017, vuelve a estar en el centro de atención dado su reubicación temporaria en una sala y mostrando la primera etapa de una restauración compleja que implica tareas a futuro.
Paradójicamente, y en virtud de los condicionamientos de la cesión, es una pintura que siempre estuvo expuesta y que es perceptible desde la entrada al museo, subiendo las escaleras y también desde el primer piso; sin embargo, ese privilegiado y sostenido emplazamiento contribuyó también a una suerte de borramiento, o quizás a una extrema
familiaridad, y, en consecuencia, a un desplazamiento del público por el museo sin demasiada atención sobre ella, mirando sin verla. Además, su oscuridad y opacidad atemperaron el impacto de sus grandes dimensiones. De allí que el traslado, la limpieza de la tela y la nueva presentación, contribuyen a revisibilizar esta obra que acompañó el devenir del museo durante más de setenta años y que continuará haciéndolo.
Cuando Delfina y José Boglione decidieron la donación expresaron su voluntad a través de una nota dirigida a Manuel Castagnino, entonces presidente de la Dirección Municipal de Cultura, quien inmediatamente la aceptó con beneplácito. Por su parte el Museo envió una nota a Guido solicitándole su presencia en Rosario para proceder con la restauración (2) y luego instalar la obra en el sitio sugerido por los donantes. Y desde entonces Coro de los labradores forma parte del patrimonio de la ciudad y de la memoria de una épica de los chacareros del sur santafesino.

La referencia inicial a la superposición de tiempos se vincula también con un acercamiento a esta obra iniciado hace ya muchos años y que me permitió situarla en diálogo con otras pinturas y dibujos del artista, que circularon a través de diferentes publicaciones y que traigo a cuenta nuevamente. El tema de las figuras de los chacareros a gran escala fue una elección de Guido destinada a exaltar sus luchas y penurias y estuvo precedido por una larga serie de paisajes del campo, casi sin presencia humana. Las llanuras santafesinas y la tierra arada, los chacareros y sus movilizaciones desde 1912, constituyen entonces una saga de obras de los diez a fines de los veinte enlazada por la temática rural y ciertas opciones estéticas, aunque cargada de intencionalidades diferentes (3)

En Coro de los labradores Guido apeló a la representación de un conjunto de personas que avanza en sentido horizontal, acompañando las proporciones de la tela: mujeres y hombres de diferentes edades caminan junto a sus hijos y a sus herramientas, y lo hacen apesadumbrados, aunque también elevando una suplicante mirada al cielo. Esta amalgama de  una marcha de protesta para cambiar las condiciones de la existencia y una procesión en pos de auxilio divino, le otorga un carácter particular, que desactiva parte de la carga insurrecta para inscribirla en una perspectiva espiritualista, acorde con las sugestiones estéticas que guiaron esta y muchas obras de Guido. Justamente, en el tránsito del siglo XIX al XX,  el divisionismo italiano presentó tendencias realistas y simbolistas, permitiendo así a los pintores una reflexión sobre los problemas sociales que acechaban, sobre las cuestiones del color y la luz y también sobre los temas e ideas universales, aspectos que a Guido le interesaban al unísono y que fue desplegando con distintos énfasis en su obra. 

En La Revista de “El Círculo” de 1924 Guido ilustró un poema de Fernando Lemmerich Muñoz titulado Coro de los labradores, dibujo que sirvió de base para la elaboración del gran óleo y que también presentó en el Salón de Otoño de ese año. 

Federación Agraria Argentina, comitente de un conjunto de pinturas de Guido destinadas a su edificio de Sarmiento y Mendoza, conserva un óleo de pequeño formato registrado como Coro de chacareros, con la misma composición del gran panel. Así, se configura un tríptico, un dibujo y dos óleos, con el tema de la marcha campesina. En 1927 el periódico La Tierra publicó una nota en conmemoración de los quince años del Grito de Alcorta que Guido ilustró con un dibujo, Latifundium (4), correlato del óleo de gran formato perteneciente a FAA. Y, ya en los años treinta, realizó otra obra, quizás para un afiche publicitario de La Tierra, con la que cierra el ciclo de trabajos vinculados con esta entidad, afirmando su ductilidad para acercarse a diferentes estéticas.

Referencias:

1.Es el título de la obra consignado en la donación y del poema de Lemmerich Muñoz, aunque muchas notas del museo hacen referencia a ella como Coro de labradores, que es la versión más difundida.

2.Así consta en el Libro de Actas en la p. 188 y con fecha del 8 de octubre de 1940. Ese día el diario La Capital informó de la importante donación que recibía el Museo Castagnino con una fotografía de la obra y al siguiente también lo hizo Tribuna, cfr. Archivo del MMBAJBC

3.Cfr. Armando, Adriana, “Alfredo Guido y el mundo rural: atmósferas espiritualistas y épica campesina”, en Avances. Revista del Área Artes, Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, Nª 9, 2005/2006, pp. 21-32 y “Silenciosos mares de tierra arada”,  en Studi Latinoamericani n° 3. Udine, CIASLA/Forum, 2007, pp. 369-383. 

4.“Cortando los tentáculos del pulpo”, en La Tierra, Rosario, junio 25, 1927, p.1.

 





Guido, Alfredo

Rosario, 1892
Buenos Aires, 1967

Decorador, muralista, ilustrador, grabador y pintor de caballete. Se formó en el taller del artista italiano Mateo Casella, junto con Emilia Bertolé. En 1912 ingresó a la ANBA, egresando a los 23 años como Profesor de Dibujo. Allí, fue alumno de Pío Collivadino y Carlos Ripamonte. Participó en el Salón Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires desde 1913, obteniendo el Primer Premio de Pintura en 1924. En 1915 se hizo acreedor del Premio Europa, beca que no pudo disfrutar a causa del desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.

En consecuencia, Guido viajó por toda América del Sur, volcando su experiencia en obras posteriores. Luego se dirigió hacia el viejo continente donde se instaló entre 1925 y 1937.

Hasta 1915, su producción se caracterizó por un naturalismo académico, rasgo aprehendido de sus maestros rosarinos. Luego, en el marco de la indagación sobre la identidad argentina, llevada a cabo en la segunda y tercera década de 1900, sus trabajos se relacionaron con la pintura de paisaje.

Esos escenarios naturales recibieron una influencia luminarista, predominando la pintura de cielos y la perspectiva atmosférica. Allí, los colores fueron logrados mediante la superposición de tintes y no de manchas empastadas. Las gamas claras y la insistencia en el uso de los azules le otorgaron un tono simbolista a sus obras, evocando cierto lirismo relacionado con el modernismo de principios del siglo XX. Arando, primera obra de un artista local adquirida para el futuro museo, en el I salón de Otoño, es un claro ejemplo de ello.

No obstante, el género del paisaje no fue el único llevado a cabo por Guido. También se dedicó al retrato, donde la homogeneidad de la pintura fue lograda gracias al uso que realizó de los tintes. La niña de la rosa forma parte de ese grupo de trabajos. Allí, el artista resolvió el color con imperceptibles líneas superpuestas sobre azules, logrando construir cierta textura reflectante a partir de la opacidad de la materia. El resultado obtenido fueron composiciones serenas, envueltas en una atmósfera blanquecina. Asimismo, el pasaje cromático definió figura y fondo pero anulando la representación de volumen dada por la técnica del claroscuro.

A partir de los postulados planteados por Ricardo Rojas en su libro Eurindia, las intenciones de Guido derivaron en la necesidad de plantear una fusión hispano-indígena que diese unidad y conciencia histórica a la población. Por ello, retomó las premisas de dicho pensador, mediante las cuales propuso recuperar elementos de las culturas precolombinas a fin de fomentar una conciencia estética nacional. Estos planteos se hallaron plasmados en una de las revistas más importantes de Latinoamérica de los años 20, la revista de El Círculo, de la cuál Guido fue co-director junto con Fernando Lemmerich Muñoz.

En esa etapa se ubica La Chola como eslabón de una larga tradición del desnudo. Allí, una mujer acompañada por un plato de frutas tropicales descansa sobre telas estampadas. Los motivos de esos lienzos evocan los diseños de Gustav Klimt, al mismo tiempo que remiten a tejidos norteños.

Con esta obra, el artista propuso una alegórica síntesis americanista, además denotada en el título, cuyo fundamento se halla en la mezcla de elementos disímiles. Guido planteó una mixtura cultural entre la tradición del desnudo europeo, las referencias a la cultura española-americana y fuertes marcas simbolistas. Estas últimas instaladas en los ojos de la mujer, la mirada trasnochada y el tono mortecino en su piel.

Luego se produjo un cambio de lenguaje. Si bien continuó perdurando su intención representativa, el artista estilizó las formas y multiplicó los elementos formales logrando composiciones decorativas. En esas obras se agudizó su búsqueda orientada hacia la identidad y la autenticidad del país. En consecuencia, con el aspecto de grandes tapices regionales representó conflictos sociales latentes en el hombre americano y sus costumbres.

La actividad de Guido ha abarcado todos los planos de la plástica y otros campos relacionados con ella. Como grabador, cultivó la técnica del aguafuerte y buscó el carácter típicamente americano dentro de cierto barroquismo y de la literatura gauchesca. Escribió numerosos artículos y pronunció varias conferencias. Realizó vitrales, tapices y cerámicas. Diseñó muebles y biombos en madera tallada.

Fue profesor de grabado, de decoración y composición plástica de la ESBAEC, desempeñando allí el cargo de Director entre 1932 y 1955. Como escenógrafo, llevó cabo decoraciones para varias óperas realizadas en el Teatro Colón. En 1941 fue nombrado Miembro de Número en la ANBA. Mostró sus obras en Madrid, París y en distintas ciudades de Argentina. Como distinción, obtuvo entre otras: Gran Premio de Honor, Exposición Internacional de Sevilla 1929, Medalla de Oro, Exposición Internacional de París 1937, y Gran Premio de Grabado, Bienal de Madrid 1952.




Otras obras