Castagnino
Del 16.12.22 al 09.04.23

Jorge Vila Ortiz y Dorita Schwieters: recorridos de dos jóvenes pintores

(Rosario, Roma, París)

- Jorge Vila Ortiz | Dorita Schwieters

Un conjunto de obras realizadas en 1950 en Europa que develan la gran producción de Dorita Schwieters.

Dorita Schwieters. Figura escribiendo (París, 1950). Detalle
Dorita Schwieters. Figura sobre cama (París, 1950). Detalle
Jorge Vila Ortiz, Paisaje del litoral, ca. 1945
Jorge Vila Ortiz, Figura en la terraza, ca 1945. Detalle

En 1945, con tres años concluidos y aprobados, Jorge Vila Ortiz (1923 - 2001) abandonó sus estudios de medicina para dedicarse a la pintura. Inicialmente acudió al escultor Nicolás Antonio de San Luis, un prominente artista amigo de su familia, y luego concurrió a un curso de composición dictado por Leónidas Gambartes con quien inició una prolongada amistad que, años después, devino en proyectos comunes. Dorita Schwieters (1925 - 2016) recordaba muy vivamente que alrededor de 1946 conoció a Jorge Vila Ortiz en La Basurita a la que calificaba de modo enfático y taxativo como “el lugar para ir a pintar”, aludiendo así a la atracción que producía en la comunidad artística rosarina el enclave que había dado lugar a un libro de Rosa Wernicke sugestivamente titulado Las colinas del hambre.

Desde entonces ella permaneció junto a Jorge y durante los años 1948 y 1949 concurrieron regularmente al taller de Ricardo Sívori que –luego de una estadía en Buenos Aires e instalado nuevamente en Rosario– comenzó a desarrollar una propuesta artística centrada en la “síntesis plástico realista”; una combinación de representación y especulación plástica pura que remitía al poscubismo de André Lhote dado que Sívori había estudiado en Buenos Aires con la escultora Cecilia Marcovich y esta, a su vez, había asimilado en París la propuesta del conocido maestro.

Al despuntar 1950, los Vila Ortiz se embarcaron rumbo a Europa en el conocido navío Conte Biancamano donde coincidieron con el escritor Julio Cortázar y, a partir del vínculo surgido durante la travesía, compartieron parte de la estadía en Italia. Instalados en Roma, cuando Cortázar se dirigió a las ciudades del norte de la península y luego a París, entablaron una sugestiva correspondencia que ilustra sobre los itinerarios y experiencias de viaje, sobre las vivencias cotidianas en la Europa de posguerra, sobre las atracciones culturales y las preferencias estéticas. Sesenta años después, Dorita narraba las impresiones del viaje y las alternativas inmediatamente posteriores con una intensidad inusual y todo hace pensar que el mismo tuvo para ellos un carácter iniciático: el contacto con Cortázar que los llamaba en su correspondencia “jóvenes pintores”, la estadía en la Farnesina con becarios y estudiantes extranjeros, la aproximación de Jorge a la cerámica con un maestro de la Garbatella, las visitas al taller de Carlo Carrá en Milán y al de André Lhote en París; una narración caleidoscópica en la que alternaba el asombro por las restricciones de la Europa de posguerra con la fascinación que le provocaba ver en los museos “el color de un Monet”, “el dibujo de un Picasso” y “la textura de un Braque”.

Muy posiblemente, siguiendo el consejo de Cortázar, Jorge y Dorita acudieron al artista peruano Fernando de Szyslo quien, radicado en la capital francesa desde 1948, podía guiarlos con rapidez por la compleja red de galerías y museos donde no sólo exponían los representantes del arte nuevo sino también emblemáticos creadores de la vanguardia histórica, ahora celebrados luego de las proscripciones padecidas durante la guerra y la ocupación alemana. Aunque Cortázar previera en una de sus últimas cartas una breve estadía del matrimonio Vila Ortiz en París y se despidiera, ya pronto a partir hacia la Argentina, con un “hasta –¡ay!– Buenos Aires”, estos permanecieron en Europa hasta 1951. Ese año se instalaron en la capital del país y al final del mismo regresaron definitivamente a Rosario donde Jorge participó como consumado pintor abstracto de la gran expansión modernista que cambió notablemente el panorama de la ciudad. A comienzos de los años sesenta, luego de desempeñarse como director del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, abandonó los ritos expositivos propios de la carrera de artista para abordar actividades académicas relacionadas con el diseño industrial. Por su parte Dorita, que contaba con una formación estética y pedagógica adquirida en la Escuela Normal N° 2, se dedicó a la docencia de las artes plásticas dejando su producción en suspenso –y en un prolongado silencio– hasta su reciente descubrimiento.

 

Guillermo Fantoni