Colección Castagnino+macro




El siluetazo

Buenos Aires, 1983

El Siluetazo fue una acción colectiva que se produjo cuando las artes visuales comenzaron a alejarse del silencio propio de los primeros años de la dictadura militar (1976-1983). Momento en el que las manifestaciones críticas quedaron desplazadas por efecto de la censura, a lo que se sumó el exilio de varios artistas y el gran nivel de autocensura alcanzado entre los que se quedaron.

Desde 1981, se empezó a poner de manifiesto la posición de lucha frente al genocidio propagado por aquel gobierno de facto. Las Marchas de la Resistencia, convocatorias políticas protagonizadas por las madres, familiares y abuelas de Plaza de Mayo, fueron ocasión de diversas manifestaciones estéticas callejeras ligadas a esa lucha.
Sin embargo, el Siluetazo pasó a ser una de las más importantes intervenciones de arte político en las calles luego de que el país volvió a la democracia en diciembre de 1983. Por ende, la incorporación de registros de esta obra afianza el reforzamiento de la memoria sobre aquellas obras colectivas de acción cuya intensidad marcó los desarrollos culturales de los últimos tiempos. Dichas acciones pasaron a formar parte de la historia de la lucha por la vigencia de los derechos humanos y, fundamentalmente, del itinerario del arte argentino contemporáneo.

La acción

El siluetazo tuvo lugar el 21 de septiembre de 1983, a partir de un proyecto original de Rodolfo Aguerreberry (1942/1997, docente y artista), Guillermo Kexel (1953, diseñador, serígrafo y artista) y Julio Flores (1950, docente y artista). La iniciativa grupal de estos autores surgió a partir de la idea de participar con una obra en el Premio Objeto y Experiencias de la Fundación Esso (1982). Por el contexto y las preocupaciones vigentes del grupo, esta iniciativa rebasó los márgenes institucionales para transformarse en una multitudinaria acción colectiva.
Por entonces, los artistas pensaron en la posibilidad de hacer una obra que respondiera a las necesidades del contexto, una obra en donde reclamaran por los que no estaban de una manera diferente. Según Julio Flores, era necesario “alterar con la obra el espacio de exposición, considerar el cambio de los soportes, el modo de realización y también el contexto”. (1)
Como primer paso, buscaron una imagen que refiriera a los desaparecidos por la dictadura. Un afiche del artista polaco Jerzy Spasky publicado en el Correo de la UNESCO varios años antes, sugirió un principio de idea. En cada impreso había un dibujo de tantas figuras como muertos por día hubo en Auschwitz, con un epígrafe que decía: “Cada día en Auschwitz morían 2.370 personas, justo el número de figuras que aquí se reproducen”.
La idea entonces comenzó a formalizarse cuando decidieron representar a todos los desaparecidos, y realizar una acción colectiva cuyo punto de partida fuese la Plaza de Mayo. Esta se iba a llevar a cabo con el apoyo de las madres, que a su vez, iban a lanzar una convocatoria a una manifestación. El proyecto incluía la participación de gente de distintos sectores, y se iba a tomar como soporte también a las calles de Buenos Aires. Decidieron hacer siluetas de la figura humana para representar a cada una de las víctimas de la desaparición. Los objetivos eran “reclamar por la aparición con vida de los desaparecidos, (...) darle a la manifestación otra posibilidad de expresión y perdurabilidad temporal, crear un hecho gráfico que golpee al Gobierno a través de su magnitud física y desarrollo formal y, por lo inusual, renueve la atención de los medios de difusión y provoque un aglutinante, que movilice muchos días antes de salir a la calle”. (2)
La acción comenzó en la Plaza de Mayo, en la tarde del 21 de septiembre de 1983. Agrupaciones estudiantiles de los centros universitarios (todavía prohibidas) como Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, Arquitectura, Filosofía y Letras, Sociología y Farmacia (UBA), los propios manifestantes de una manifestación convocada por las Madres de Plaza de Mayo, y finalmente transeúntes de Buenos Aires, prestaron su cuerpo para delinear la silueta de cada cuerpo ausente.
La acción culminó en una gigantesca intervención urbana que ocupó buena parte de la ciudad. Como resultado, miles de siluetas, realizadas sobre papel ocuparon las calles y quedaron estampadas en paredes, persianas y señales urbanas exigiendo verdad y justicia.
El historiador Amigo Cerisola señaló: “las siluetas hicieron presente la ausencia de los cuerpos en una puesta escenográfica del terror de Estado”. (4)

(1) Flores, Julio, “La mirada y la necesidad”, Archivos de Julio Flores, Buenos Aires, 2004.

(2) Flores, Julio, “La imagen y el signo”, Archivos de Julio Flores, Buenos Aires, 2004.

(3) Citado por María José Herrera en: Herrera, María José, p. 154.